Hay días en los que mi caminar desorientado se enmarca en una abstracción indecible. En aquellos, no logro ni observar a la persona que camina a mi lado, o delante; ni recordar que está en mis manos ayudar a un ciego a cruzar la calle; ni saborear el viento que rompe en mi cara con su llanto de alimaña mimada. Es muy probable que cada vez que alguna de las personas que conozco, y que me ve por ahí en mis tiempos de andante, me alegue porque no les relevo mi cordial saludo, se hayan cruzado en mi camino en uno de estos días.
Hace algunos días atrás, en mi caminar desvariado, abstraído hasta las sienes, me di cuenta de que alguien me miraba. Algo así como una percepción extrasensorial o qué sé yo. De cualquier modo fijé la vista en el lugar del que provenía mi intuitiva apreciación y se posó delante de mi mirada un rostro arrugado por el andar de la lluvia, por el cantar de los años, por los dolores de amor. De cabellos enrubiecidos por algún químico moderno que me hubiera rozado la nariz si hubiese estado recién puesto y tres metros más cercano. Sus ojos cansados, los de la anciana, se posaban en mi mirada con una ternura inefable, y mientras esperaba que le abrieran la puerta del edificio del lado de la farmacia en la que seguramente estaba comprando unos días más de vida, esbozó lentamente una sonrisa tan lograda que me fue imposible no responderle con mi sonrisa de senador en medio de su campaña. Me atrevería a inferir que los dos seguimos con una cuota de alegría gratuita por nuestros caminos. Por lo menos yo seguí caminando go straight por mi Janequeo de antaño, digo de antaño porque me sumí en recuerdos luego de esta inesperada situación. Mi hermana, mi madre, mi abuela se entrecruzaban en mis pensamientos, cada una con su particular sonrisa, y no pude evitar continuar mi camino con una sonrisa gratuita que regalaba a todas las personas que la quisieran recibir, extrañamente, quizás, me encontré a puras mujeres en el camino. Eran las 11:30 am. y ese ya no había sido un buen día, recuerdo, puesto que cuando estás discutido con una persona importante nunca es un buen día. Era lunes. 5 de Noviembre para ser exacto, y esto tampoco jugaba a favor, porque, como todos los 5, se me venía a la cabeza mi querido Bragado que me conversaba entre visiones de su nueva vida allá en las cimas de Los Andes. Y aún con todo esto, esa mujer, con su ternura que no me enamoraba ni me producía deseos hormonales, logró ser en mi vida una cómplice de mi placer oculto de reír para olvidar que a veces las personas hacen de este mundo hermoso un lugar indeseable.
jueves, 15 de noviembre de 2007
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